La industria catalana del cemento afronta el reto de la continuidad de su actividad después de que las últimas estadísticas del mercado parecen confirmar que no se logrará la esperada recuperación una vez superada la pandemia del Covid -19. De hecho, durante el mes de agosto, el consumo de cemento cayó en Cataluña un 1,5% y se situó en 160 mil toneladas, una cifra menor que la de 2021 y prácticamente idéntica a la de agosto de 2020, en plena emergencia sanitaria.
La retracción de la demanda se explica, según el análisis del presidente de Ciment Català, Salvador Fernández Capo, en la mala evolución “de la inversión en obra pública y una cierta parálisis de la actividad provocada por la incertidumbre sobre el futuro y la evolución de los costes”. Para el dirigente sectorial, «el sector sufre un doble problema» en este sentido. Por un lado, «seguimos en un nivel extremadamente bajo de licitación pública per cápita si lo comparamos con la media europea«. Pero, además, “el grado de materialización de estas pujas en obra pública es también muy bajo. Además, la incertidumbre sobre el futuro y los costes reales puede estar incluso deteniendo obras en marcha y retrasando promociones. En la última década, cerca de un tercio de las pujas realizadas no se han acabado ejecutando”, afirma.
Esta situación no sólo perjudica al sector del cemento sino que «lesiona al conjunto de nuestra sociedad, ya que no se están construyendo las infraestructuras energéticas, ambientales, sociales y logísticas que deben hacer progresar al país y evitar su decadencia«. Esto impide aplicar soluciones a problemas como los costes de la energía, la transición ecológica, el ciclo del agua (en un momento de extrema sequía), la movilidad de los ciudadanos o la falta de equipamientos sanitarios, educativos o de usos sociales.
La caída del mercado interno no queda compensada por las ventas en los mercados exteriores: aunque en agosto han aumentado significativamente respecto al mismo mes de 2021, en el conjunto del último año caen también un 10,9%. Todo ello ha llevado a una disminución de la producción, que en agosto se redujo un 9%. En paralelo a estas magnitudes operativas, los costes de la energía que deben afrontar las fábricas catalanas de cemento siguen en máximos históricos.